viernes, marzo 07, 2008

Viento

Paseando por la ciudad, tras el almuerzo, surge un recuerdo de hace décadas. La ciudad y el sol son los mismos, los muros de piedra gris claro y el dorado tibio de la luz del día. El rumor sordo de los coches y el sonido de la actividad humana en la vorágine de la urbe crean un fondo sonoro que resulta agradable; será porque me habla de rutina y de estabilidad, o porque es el comienzo del hilo que lleva hacia el profundo recuerdo, el recuerdo de estos mismos paseos hace décadas. Ya puedo hablar de décadas de recuerdos. El tiempo es inmisericorde.

Mediodía soleado en los primeros meses del año. El viento está presente, aquí y en el recuerdo. Es uno de las fibras que componen su tejido, al igual que el hormigón y el sol. Recuerdos de niño. Papá, mamá, atrás, el carro, mis titubeantes pasos, el rugoso tacto de la piedra y el hormigón, la maravilla ¿por qué no cartografiamos los infinitos relieves de las paredes? Un muro de habitación supondría tal labor que llenaría la vida de un hombre. Somos inconscientes de los infinitos que creamos, al igual que los insectos y los pájaros.

Tomo conciencia de que he recordado ésto, y lo más sorprendente, me invade la seguridad de que lo volveré a recordar. Es como un déjà vu explicable y sensato. La suma de sensaciones está entrelazada como los aromas en un vino; volveré a reconocer este mismo tiempo, dentro de un año, o dentro de tres décadas. Se repetirá y yo lo reconoceré, y un día se repetiré y yo ya no estaré para reconocerlo. No importa; habrá otros niños tanteando las paredes y maravillándose de las minúsculas ciudades y escenarios de batallas que allí se desmoronan sin que nadie se acuerde de ellas, aunque en la escala de los siglos son iguales que Adrianápolis, Hastings, Waterloo.

Luego, acabada la jornada, siento el viento al salir de la estación. Esta vez es ya un viento nocturno. Está cargado de la humedad y el sabor de una tormenta lejana y fría, y hace pensar en el refugio. El refugio es sagrado, eso se entiende al sentir la lluvia y el viento y el cansancio. Me dirijo a casa. Siento el viento soplar, fuerte y me alegro de sentirlo; es un buen viento, uno que te hace sentir vivo, apretar el paso hacia el refugio. Cambia la música que oigo y casualmente suena Tears for an Eastern Girl, de Nature And Organisation, y los primeros acordes coinciden con el paso a través de los arriates de flores, el descanso de un establecimiento, árboles, una pérgola. Es trabajo que me hace pensar en elfos y en otros tiempos, y entre dos parpadeos he vislumbrado una visión tranquila que me hace feliz.

Una fuente cantarina se une a la canción. Me doy cuenta de que comienza la primavera. Justo cuando el viento acerca las primeras gotas de una lluvia fina, paso al lado de una pareja que sonríe mientras se besa.

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