jueves, marzo 05, 2009

Mystikken om den passive Sol


Caminando por una ciudad,

Esta luz que no es nativa de ningún sitio.

Sin embargo, recuerdo este aire, este cemento. Hay una nota caligrafiada en papel cuadriculado, pegada cuidadosamente contra la valla de chapa. La letra es tan minuciosa que ni siquiera parece un anuncio.

He pasado junto a un local que puede bien llamarse hogar (sin duda lo es para algunos). Ese privilegio, poder llamarse hogar, se gana de una forma turbia e indeterminada. Nadie cuenta las horas que se van amontonando sobre los cartones, los viejos anuncios, los sobres de juguetes. Es la luz; la luz íntima que habla de un hogar. Los bajos vatios, el cable envuelto en plástico. De niño, todo cuadraba; es la luz que atrae con su calma, la sencillez, la solidez del refugio. La humildad se nos ha olvidado, y era el abrazo de todos los hombres lo que hacía que un niño pudiera dormir seguro.

La lluvia es una suerte de inmortalidad. Pisé tus calles en una fiesta animada, reunido el clan, y parecía que fue ayer cuando dejé tu hormigón. Como si diez años no hubieran pasado; todo era igual. Fue al alba cuando descubrí al niño de hace tantísimo. Hay esquinas que no cambian; me daría miedo amanecer en Roma, porque podría descubrirme mirando un patio que miró Catón en alguna noche amarga. La lluvia moja los muros y nos sumerge en un baile de anónimos, y nadie puede decir si es este siglo, si es el dentro de un milenio, si las voces que se oyen al pasar son las de hace décadas.

Luego la noche es echada a patadas por un sol tenue. Yo sólo pienso en la primavera; el sol vuelve a mi recuerdo, la noche helada y el mediodía del perfume de las flores extrañas que habitan entre los parques a la salida del Instituto. Coexiste día y noche en un extraño fenómeno de una latitud perdida. Recuerdo el camino de los Viernes, pero me doy la vuelta y me dirijo a casa. Vivimos y morimos en el tiempo que tarda en caer un pétalo de almendro. Todo sigue estando en orden.