martes, febrero 20, 2007

El librero

Volvía yo de la biblioteca, de tener alguna palabra no todo lo grata que quisiera con los bibliotecarios, y me he desviado por camino que poco frecuento, centro de ciudad. Hace años la buena libería de mi barrio, mudó de local y pasó al casco viejo, cerca de Ayuntamientos y Casas de la Cooltura. Era una buena librería; comprábamos material escolar y luego, más adelante, juegos y libros. Lo mejor, aparte del surtido, eran los dependientes; ya era yo exigente de niño, y el trato que tenían era amable, eficiente y culto. Esos tres rasgos los hacían diferentes. Tenían paciencia, y se notaba que sabían de lo que hablaban. Nunca dijeron "ese libro no existe", cosa que he llegado a oír en los departamentos de ciertos grandes almacenes tan reconocidos. Algunos los veían un poco snobs, pero generalmente eran humildes, buenos profesionales. La libería se fue al centro, estuvo unos titubeantes 1 o 2 años manteniendo abiertos ambos locales, y finalmente, desde hace un lustro o así, quedó sólo el más nuevo.

A lo que iba: me he encontrado con el librero. Empujaba un carro de cajas vacías (ah, los placeres que tienen que tener los libreros, ese abrir cajas y cajas llenas de libros y más libros). Yo iba con el paraguas abierto; estaban cayendo algunas gotas y no tenía ganas de resfriarme. No he dudado; la tienda está a diez pasos. Al saludarle, me ha reconocido y hemos hablado algo. Nuestras familias, bien. ¿El negocio? "Va bien", y una parte de mi se queda tranquilo, no más muertes por favor, y menos una de una librería. "A ver si me paso más, últimamente tengo poco tiempo". Su respuesta, ¿de comerciante? No, de librero: "Siempre hay que tener tiempo para los libros". No me he atrevido a confesarle que venía de rastrear en la biblioteca, el ahorro se impone, uno de los ensayos de Tolkien sobre el Beowulf y la épica inglesa, una historia de los pueblos indoeuropeos, la Orkneyinga Saga. Ya me gustaría poder tener además de tiempo, oro para los libros. Eché en falta, haciendo cálculos, gran parte del dinero que debía tener ahorrado. El otro día en mi habitación, súbitamente, me di cuenta de dónde debe haber ido parte de ese dinero. Me apasionan los libros, como ya sabéis, aunque no tenga ni idea. Me fascina igual un facsímil de 24000 pesetas que un descatalogado de Bergier comprado a un buhonero moderno por medio euro, en Fuente Dorada. No entiendo de valores, y aunque respete con veneración los incunables y los libros viejos, hasta me parece un signo más de la decadencia de nuestro tiempo el que haya un mercado de libros de coleccionista. Lo que me hechiza de veras son las palabras, y también las letras. Lo demás es casi siempre accesorio. Pocas veces entiende el genio de envolturas.

Sí que tengo que volver alguna tarde a esa librería, por ver si me puedo tomar unas cañas con el librero, y hablamos de libros, palabras e historias.

Nunca se sabe qué encuentros te depara una tarde. La lluvia llama a los libros y estos a la lluvia. Los demás quizá seamos sólo unos personajes que aparecen entre medias porque alguien tiene que encender esa luz tibia de lámpara de noche que recuerdo insistentemente.

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