viernes, octubre 06, 2006

Smog

Smog es una palabra de origen inglés que se acuñó en 1905 a partir de las palabras smoke (humo) y fog (niebla). Designaba originalmente a la mezcla del humo procedente de los coches con la niebla matutina londinense. Hoy día es muy común oir hablar del smog y se puede decir que está presente en todas las grandes ciudades.

Recuerdo que hace años, en la zona en la que vivo, no se veía smog. Hoy cada mañana se puede ver en dirección a la urbe esa capa de polución pura y smog, un tinte del cielo bajo entre amarillo y gris oscuro. Cuando esta contaminación había alcanzado ya a mi ciudad, recuerdo que el paisaje más allá permanecía impoluto. Resulta que ahora trabajo en esa zona antes pristina y veo cada mañana como el mismo tinte ponzoñoso se ha extendido a esta zona y mucho más allá. Es desolador ver el fondo de montañas y bosques medio oculto por el cortinaje amarillento de la polución. Me recuerda a la Nada, extendiéndose inexorablemente, de Michael Ende.

Luego al llegar al Polígono olía a madera quemada. La madera quemada es fragante a veces. Todo en su justo orden, y del mismo modo que el animal tiene que matar y comer para sobrevivir, está bien que el ser humano consuma con moderación la madera de los nobles árboles. La perversión no reside ahí sino en la destrucción incontrolada. Los árboles nos traen paz y belleza hasta en su muerte, en el espíritu del humo. ¿Cuál es la medida? La hoguera modesta que calentaba a una familia en los tiempos antiguos, o a la cuadrilla de obreros en la obra hoy día, no es un pecado. Sobre todo antaño, cuando el hombre respetaba a los bosques y sabía que talar era matar, a veces haciéndolo pero con conciencia de lo que hacía. Todo lo que está más allá es un abuso, y más hoy día cuando el ser humano ha encontrado formas de conseguir energía sin dañar apenas al medio ambiente. Ese humo en una mañana invernal es una bendición. Cuán lejos de la invasión del smog que nosotros hemos traído. Es un mensaje sin palabras con el que la Madre Tierra nos recrimina nuestra ambición.

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