He oído que en alguna parte hay un bosque, y en ese bosque una casa, y detrás de esa casa, otra, más difícil de vislumbrar. Otro día hablaré en otra parte de esa casa, pero ahora me he acordado del bosque que hay detrás.
No sé aún dónde se encuentra una barca que dejé tumbada boca abajo, junto a un muro de piedra, sobre la arena, pero que tiene que seguir en alguna parte; en un tiempo en que las barcas se dejaban boca abajo, para que no se estropearan demasiado ni por el sol, ni por la arena, no las tormentas y los animales, un tiempo en el que habría más tarde tiempo para volver a coger las barcas.
La muerte era todavía desconocida, la muerte no había golpeado tan duro todavía. Era un juego más, solo algo que era de historias y leyendas, de tarde oscura en el callejón de la playa: paredes blancas altísimas, rocas blandas de arena de milenios. Hiedra, huecos misteriosos, perfume de dama de noche, jazmín, las legiones de ciudadanos del mundo, amables y poderosos. Paredes blancas altísimas, cavernas frescas, cercanas, la vieja casa cerrada, (y) la casa abandonada donde habían pasado aquellas cosas terribles. Unos valientes lo habían descubierto, caminando entre pasillos de vegetación moribunda y axfisiada, caminando sin saberlo hacia la revelación, hacia la leyenda.
Luego la muerte golpeó tan duro, y ese mundo se cerro para siempre.
Solo que me niego a que sea para siempre. Correré hacia atrás con todas mis fuerzas.
Sigo golpeando. Seguimos corriendo. A veces recuerdo donde está la barca. Se la tengo que enseñar a un hijo.
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