Todos los dioses han caído, excepto Dionisos, ¡pero él no es un Dios! sino un daimon, un titán.
¿Resultado? Quizá sea este el siglo de la autogratificación. El ocio se santifica. Démosle una vuelta a la tuerca: ¡leer por ocio! No por sentido de utilidad. ¿Es eso moral? ¿Se ha leído siempre por ocio? Intentemos invertir la visión, a ver qué descubrimos.
Notas rápidas que me vienen a la cabeza: ¿realmente han caído todos los dioses? O: los dioses han caído, los titanes no. Recuerdo los rasgos comunes de las religiones proto indoeuropeas, las atrevidas reconstrucciones que sin embargo me parecen llenas de sentido común: el panteón doble (recordemos el eco de Æsir y Vanir, Olímpicos y Titanes); una raza de dioses del cielo, una aristocracia divina, y por otra parte, unas deidades de la fuerza vital más primitivas. Quizá la espiral esté retrocediendo (¿siendo forzada a retroceder?). Para Jünger hemos dado la espalda a esa raza de dioses clásicos, de la luz y el cielo abierto, y nos hemos centrado en la adoración de los titanes, de la parte cthónica de nuestra naturaleza. Recordemos también que muchos ven en estos Ansu (es forma protoindoeuropea reconstruida) la evolución de los genios y pequeñas deidades de la naturaleza, de poder modesto pero terrible cada uno en su ámbito. Puede ser entonces que nos estemos dando la vuelta a una dimensión más humana de nuestra esencia, una suerte de ejercicio de humildad en nuestra intención como especie. Si es así, no debería verse como un paso hacia atrás. Nos movemos en espirales. Volver a encontrarnos con nuestra esencia más primitiva parece necesario ahora que nos hemos encaminado, en lo que parece un camino equivocado, hacia lo celestial, lo abstracto. Una vez volvamos a saber quiénes somos, qué somos en realidad, podemos volver a mirar hacia el cielo, quizá, y aspirar a nuestra otra realidad divina.
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